Hay noches, en las que cambian cosas.
En las que encuentras medicinas.
Por ejemplo, sabes cómo solucionar
tu maldito problema de insomnio.
Simplemente necesitaba dormir
abrazado de una niña linda.
Si puede ser,
a una nariz de distancia.
Hay noches, en las que aprendes
a conocer nuevas ciudades,
con sus gentes,
con sus inconvenientes
-es mentira, realmente
intentas conocer a esa niña,
a poder ser,
a una nariz de distancia-.
Noches en las que alcanzas
un gran éxito y sonríes por ello.
Y porque estás de ella
a una nariz de distancia.
También, en esa noche,
te cuestionas tantas cosas,
simplemente, por una mísera
nariz de distancia.
Las cosas más simples y estúpidas
te parecen perfectas.
Y tan estúpidas como
una farola en una caja.
Noches en las que no te importa el frío,
y te fumas un cigarro sobre las vías
con ella, rezando para que sea
a una nariz de distancia.
Te ocurren cosas tan maravillosas
que hasta los estándares de medición
los mandas al carajo.
Para mí, ya no existen ni metros ni millas,
simplemente, mido
por narices de distancia.
A poder ser, por favor,
solo una nariz de distancia.
Y si no es mucho pedir,
a una nariz de distancia de ti.